[1]
Escrito: Por Marx
entre el 10 y 16 de agosto de 1835.
Primera Edición: en Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, 1925. Traducido del latín.
Traducción: La traducción del inglés fue terminada por Juan Diego Pérez el 23 de agosto de 2007 en Quito-Ecuador desde la versión en inglés proveniente de Marx - Engels Collected Works, Volumen 1.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2009. La nota al pie a sido re-editada para esta edición.
Primera Edición: en Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, 1925. Traducido del latín.
Traducción: La traducción del inglés fue terminada por Juan Diego Pérez el 23 de agosto de 2007 en Quito-Ecuador desde la versión en inglés proveniente de Marx - Engels Collected Works, Volumen 1.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2009. La nota al pie a sido re-editada para esta edición.
La
naturaleza, en sí misma, ha determinado la esfera de la actividad en la que el
animal debe moverse, y lo hace pacíficamente dentro de esa esfera, sin intentar
ir más allá de ella, sin tener incluso una noción de cualquier otro campo. Al
hombre, también, la Deidad dio un objetivo general: el de ennoblecerse así
mismo y a la humanidad, pero Él lo dejó buscar la manera de lograr este
objetivo; Él lo dejó elegir la posición social que más le satisfizo, de la cual
puede fortalecerse así mismo y a la sociedad.
Esta
elección es un gran privilegio del hombre sobre el resto de la creación, pero
al mismo tiempo es un acto que puede destruir su vida entera, frustra todos sus
planes, y lo hace infeliz. Por consiguiente, considerar seriamente esta
elección es ciertamente el primer deber de un joven que está empezando su
carrera y no quiere dejar sus asuntos más importantes para arriesgarse.
Todos
tenemos un objetivo, que nos parece grande; y, realmente, para la convicción
más profunda, es así, la más profunda voz del corazón lo declara de esta
manera, la Deidad nunca deja al hombre mortal totalmente sin una guía; él habla
suavemente pero con certeza.
Pero
esta voz puede ahogarse fácilmente, y lo que nosotros tomamos como inspiración
puede ser el producto del momento, que quizás también puede destruirse por
otro. Nuestra imaginación, quizás, está en el fuego, nuestras emociones
agitadas, los fantasmas revolotean ante nuestros ojos, y nos zambullimos
precipitadamente en lo que nuestro impetuoso instinto sugiere, qué llegamos a
imaginamos que la Deidad nos ha señalado. Pero lo que nosotros abrazamos
ardientemente pronto nos rechaza y ahí vemos nuestra existencia entera en las
ruinas.
Debemos
examinar, por consiguiente, seriamente, si realmente hemos estado inspirados al
escoger nuestra profesión, si una voz interna lo aprueba; o, si esta es un
engaño, y lo que nosotros tomamos como un llamado de la Deidad fue una autodecepción.
¿Pero, cómo podemos reconocer esto, sino rastreando la fuente de la propia
inspiración?
Respecto
al ímpetu, este promueve la ambición, y puede fácilmente produce la
inspiración, o lo que nosotros tomamos por inspiración; pero la razón no puede
refrenar al hombre que es tentado por el demonio de la ambición, y se zambulle
precipitadamente zambulle precipitadamente en lo que sus impetuosos instintos
le sugieren: él ya no escoge su posición en la vida, ahora esta es tomada por
casualidad e ilusión.
No
somos llamados para adoptar la posición que nos ofrece las oportunidades más
brillantes; quizás no es lo que, en la larga serie de años, podamos sostenerlo,
nunca nos cansaremos, ni se diluirá nuestra pasión, nunca permitamos que
nuestro entusiasmo crezca impersonalmente, excepto si vemos nuestros deseos
incumplidos, nuestras ideas insatisfechas y debamos "descubrirnos"
contra la Deidad y la maldición de la humanidad.
Pero
no sólo es la ambición la que puede despertar el entusiasmo súbito por una
profesión particular; quizás pudimos haberla embellecido en nuestra
imaginación, para hacerla parecer lo más alto que la vida puede ofrecer. No
hemos analizado, ni considerado la carga entera, la gran responsabilidad que se
impone en nosotros; sólo lo hemos visto a distancia, y la distancia es engañosa.
Nuestra
propia razón no puede aconsejarnos; para esta, la decisión no se apoya por la
experiencia ni por la observación profunda, se engaña por la emoción y se
deslumbra por la fantasía. ¿Entonces a quién debemos volver nuestros ojos?
¿Quién debe apoyarnos dónde nuestra razón nos desampara?
Nuestro
corazón dice: Nuestros padres, que han recorrido el camino de vida y han
experimentado la severidad del destino.
Y
si nuestro entusiasmo todavía persiste, si continuamos amando una profesión y
creemos su llamado después de haberla examinado a sangre fría, después de
percibir sus cargas y dificultades, entonces debemos adoptarla, entonces nadie
hará que nuestro entusiasmo nos engañe ni que la impaciencia nos lleve lejos.
Mas
no siempre podemos lograr la posición a la cual creemos que somos llamados,
nuestras relaciones en la sociedad están relativamente preestablecidas antes de
que estemos en una posición de determinarlas.
Nuestra
constitución física es a menudo un obstáculo amenazante, y no permite a nadie
mofarse de sus derechos. Es verdad que podemos subir sobre esta; pero entonces
nuestra caída es la más rápida de todas, de ahí que somos aventurados en
construir sobre las ruinas desmenuzadas, entonces nuestra vida entera es un
forcejeo infeliz entre los principios mentales y corporales. Pero aquél, que es
incapaz de reconciliar sus internos elementos en pugna, ¿cómo puede resistir la
tensión tempestuosa de vida, cómo podría actuar serenamente? Y es
exclusivamente desde la calma que esos grandes y finos hechos pueden surgir; es
el único terreno en el que las frutas maduras se desarrollan con éxito.
Aunque
no podamos trabajar de largo, y casi nunca de buena gana con una constitución
física que no se satisface a nuestra profesión, el pensamiento, no obstante, surge
del sacrificio de nuestro bienestar ante el deber, actúa vigorosamente aunque
seamos débiles. Pero si hemos escogido una profesión para la que no poseemos el
talento, nunca podremos ejercerla merecidamente, comprenderemos pronto, con
vergüenza, nuestra propia incapacidad y decimos que somos seres creados
inútiles, los miembros de la sociedad, incapaces de cumplir su vocación.
Entonces la consecuencia más natural es el desprecio de sí mismo, y qué es más
doloroso, que el sentirse por todos como el menos capaz de lo que el mundo
exterior puede ofrecer. El desprecio de sí mismo es una serpiente que en la
vida roe el pecho de uno, a la vez que chupa la sangre de la vida del corazón y
lo mezcla con el veneno de misantropía y desesperación.
Una
ilusión sobre nuestro talento, para una profesión a la cual hemos examinado
estrechamente, es una falta que toma su venganza sobre nosotros mismos, y aun
si no se encuentra con la censura del mundo externo, que da lugar al dolor más
terrible que puede infligir en en nuestros corazones.
Si
hemos considerado todo esto, y si las condiciones de nuestra vida nos permiten
escoger cualquier profesión que nos guste, podemos adoptar lo que nos asegura
el valor más grande: aquel que está basado en las ideas de cuya verdad nos
convencen completamente, que nos ofrece el alcance más amplio para trabajar
para la humanidad y para nosotros mismos, para acercarse más al objetivo
general para la que cada profesión es un medio: la perfección.
El
mayor mérito de un hombre es aquel que da una gran nobleza a sus acciones y a
todos sus logros, que lo hacen invulnerable, admirado por la muchedumbre y que
lo elevó anteriormente.
Pero
el mérito solo puede asegurarse por una profesión en la que no seamos
herramientas serviles, en la cual actuemos independientemente en nuestra propia
esfera. Sólo puede asegurarse por una profesión que no exija actos
reprensibles, a inclusive aquellos reprensibles solo en su apariencia exterior,
una profesión que los mejores pueden seguir con noble orgullo. Una profesión que
asegure esto en el más gran grado no siempre es la mejor, pero siempre será la
preferida.
Pero
así como una profesión que no nos da ninguna seguridad de su mérito nos
degrada, debemos ciertamente sucumbir bajo las cargas de quien se ha basado en
ideas que las reconoceremos posteriormente como falsas.
Casi
no tenemos ningún recurso para la autodecepción, ¡y lo que una salvación
desesperada es aquella que se obtiene por la traición de sí mismo!
Esas
profesiones que no son tan envueltas en la vida misma concernientes con las
verdades abstractas son las más peligrosos para el joven cuyos principios no
son todavía firmes y cuyas convicciones no son todavía fuertes e inflexibles.
Al mismo tiempo estas profesiones pueden parecer ser las más excelsas si han
sido tomadas de raíz en nuestros corazones y si somos capaces de sacrificar
nuestras vidas y todos los logros por los ideales que aspiramos en ellos.
Ellas
pueden dar felicidad al hombre que tiene una vocación para estas, mas destruyen
a quién los adopta imprudentemente, sin reflexión, rindiéndose al impulso del
momento.
Por
otro lado, tenemos más consideración en las ideas que basan nuestra profesión
en darnos un alto status en la sociedad, refuerzan nuestro propio mérito, y
hace nuestras acciones indiscutibles
Uno
que escoja una profesión que valore favorablemente, se estremecerá a la idea de
ser indigno de ella; solo actuará noblemente si su posición social es la de un
noble.
Mas
la guía principal que debe dirigirnos en la elección de una carrera es el
bienestar de la humanidad y nuestra propia perfección. No debe pensarse que
estos dos intereses pudieran estar en conflicto, que uno tendría que destruir
el otro; al contrario, la naturaleza de hombre está constituída de tal modo que
solo puede lograr su propia perfección trabajando para la perfección, para el
bien de sus semejantes.
Si
uno solo trabaja para sí mismo, quizás puede volverse un famoso del
aprendizaje, un gran sabio, un poeta excelente, pero nunca puede ser perfecto,
verdaderamente grande.
La
historia llama a esos hombres los más grandes, los que se han ennoblecido
trabajando por el bien común; la experiencia aclama como el más feliz a quien
ha hecho el más grande número de la personas felices; la religión misma nos
enseña que el ideal de vida por quienes todos se esfuerzan por copiar se
sacrificó por causa de la humanidad, ¿y quién se atrevería a poner al nada los
tales juicios?
Si
en la vida hemos escogido la posición desde la cual podemos trabajar más por la
humanidad, ninguna carga nos puede doblegar, porque son sacrificios en
beneficio de todos; entonces experimentaremos una no pequeña, limitada, egoísta
alegría, pero nuestra felicidad pertenecerá a millones, nuestros hechos se
vivirán calladamente, pero por siempre por el trabajo, y sobre nuestras cenizas
se verterán las ardientes lágrimas de la gente noble.
Marx
_______________
[1] REFLEXIONES DE UN
JOVEN PARA LA ELECCIÓN DE SU PROFESIÓN - es un ensayo escrito por Marx para los
exámenes escolares en El Gimnasium Real Frederick William III en Tréveris, en
agosto de 1835. Solo siete páginas del examen de Marx se han conservado. El
ensayo antedicho, para la elección del escritor, un ensayo en latín sobre el
reino de Augusto y un ensayo religioso, un latín inadvertido, una traducción
del griego, una traducción en francés, y un folio sobre matemáticas (todos
publicados en Marx/Engels,Historisch-Kritische Gesamtausgabe, Erste
Abteilung, Atan 1, Zweiter Halbband, Berlín, 1929, S. 164-82). En el original
hay numerosas acotaciones, presumiblemente hechas por el maestro de historia y
filosofía, el entonces director de colegio del gimnasio, Johann Hugo
Wyttenbach, que no se reproducen en la edición presente. Él también hizo el
comentario siguiente: "Bastante bueno. El ensayo es marcado por una
riqueza de pensamiento y una narración sistematizada buena. Pero generalmente
el autor aquí ha cometido mucho un error 'peculiarmente busca expresiones
pintorescas detalladas para la elaboración. Por consiguiente muchos pasajes
subrayan la falta la claridad necesaria y de definición; y, a menudo, la
precisión en las expresiones separadas así como en los párrafos enteros".
En inglés, este ensayo se publicó en 1961 en los Estados Unidos, en el
periódico The New Scholasticism, Vol. XXXV, No. 2, Baltimore-Washington, el pp. 197-20 1,
y en las Writings of the Young Marx on Philosophy and
Society, Garden City, Nueva York,
1967, el pp. 35-39.
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